Casavells es uno de los pueblos medievales que pueblan el Empordanet, como llamó Josep Pla, el más grande de los escritores en catalán, a su espacio más íntimo del Empordá, su Comarca y Tierra Media particulares. Él escribió, como hubiese podido hacerlo Tolkien de sus hobbits: “Al catalán le gusta tener razón. La razón del ampurdanés suele ser casi siempre el placer”. Allí está el Palau de Casavells, masía fortificada del siglo XIV que fue residencia de hacendados y eclesiásticos, convertida por Miquel Alzueta en el espacio de arte contemporáneo de referencia de estas tierras asomadas a la Costa Brava.
Suelo visitar el Palau con frecuencia y por placer ampurdanés, y no solo para contemplar las obras de sus sucesivas exposiciones, pausadas y acompasadas al ritmo de esta tierra como una ondulación más del paisaje; me interesan también el espacio y la forma en que se presentan allí las obras, siempre como si de una instalación artística al uso se tratara (y se trata).
Frente a la ciudad como lugar dominante, casi exclusivo, para salas de exposiciones de arte, sorprende agradablemente esta ubicación en un contexto rural donde la naturaleza y el paisaje imponen ritmos propios a la contemplación del arte y sirven de contrapunto a la tiranía cosmopolita. Sucede allí algo parecido a lo que sentí en mi primera visita al Museo Rodin de París -para nada rural-, donde resultaba todo tan próximo y natural como el crujido mismo de las maderas del suelo.
Además, el Palau permite experimentar con sosiego el resultado de la intervención llevada cabo en la masía para restaurarla y adaptarla a su uso actual, que bien hubiese podido crear conflictos entre el valor histórico del edificio y los nuevos requerimientos expositivos. Pero este no parece ser el caso.
Y, sobre todo, frente a la corriente estética dominante desde principios del siglo XX de la white box (caja blanca) para la exhibición de obras de arte en galerías y museos, con salas basadas en criterios de neutralidad y apariencia austera, sin elementos externos que puedan distraer al espectador de las obras expuestas, el Palau de Casavells exhibe sin complejos todos los rasgos de su arquitectura historiada: puertas, arcadas, ventanas, geometrías nobles y plebeyas, techos abovedados… y, a través de ventanos y miradores, tejados viejos y pliegues del paisaje; y toques de campanas. Y, junto al color blanco monacal, el plateado en techos y puertas, piedras tintadas de rosa, tobas terrosas y todos los grises de un pavimento de rasgos continuos en los suelos… Conviven bien la contención con un toque de osadía y exageración.
“Viven los cuadros alojados en los marcos”, dice Ortega y Gasset en su deliciosa “Meditación del marco”. Y “cuando miro al cuadro ingreso en un recinto imaginario y adopto una actitud de pura contemplación. Son, pues, pared y cuadro dos mundos antagónicos y sin comunicación. De lo real a lo irreal, el espíritu da un brinco como de la vigilia al sueño”. No seré yo quien desmienta a Don José ni a los de la white box. También opino que la mesura y caligrafía arquitectónica contemporánea de los espacios expositivos favorece la contemplación de las obras de arte. Pero me gusta la experimentación y la diversidad, y creo que el eclecticismo del Palau -“eppur si muove”– puede ser excepción y ejemplo.
El Palau de Casavells Alzueta_Gallery, un placer ampurdanés.
Nuestro agradecimiento a Juliana Sorondo y a Alzueta_Gallery por las imágenes que ilustran esta publicación.
2 Comentarios
Gemeladas
26 mayo 2021 at 10:18Qué maravilla, los contrastes crean un entorno único y hace que las obras de arte se vean aún más especiales.
Besos.
Gemeladas
Josep Mª Carreras
4 junio 2021 at 19:38Solo he estado una vez en el Palau de Casavells. Leyendo el artículo de Bis y viendo las fotos me han entrado ganas de volver. Muchas gracias.